LIBERTAD PARA LOS OPRIMIDOS.
La salud física puede ser motivo de gran dolor para una
persona y constituirse en una verdadera cárcel, como sucede con aquellos que
sufren enfermedades graves como el cáncer o el SIDA. Un vicio inveterado como el
alcoholismo, la drogadicción o el tabaquismo, esclavizan a la persona y le
conducen a enfermedad y muerte; es un verdadero encarcelamiento con condena de
muerte. La falta de dominio propio en el comer y el beber, la gula e
intemperancia pueden conducir a la obesidad y a enfermedades digestivas o
desequilibrios que derivan en diabetes, entre otras enfermedades, generando
grandes limitaciones y crisis en la calidad de vida de la persona. Pero no sólo
el dolor propio, corporal o psicológico, pueden afectar la libertad y
bienestar; también lo hacen la enfermedad, condición física o discapacidad de
alguien en su entorno familiar. Soy testigo del agobio que produce una madre
anciana con mal de Alzheimer o un esposo incapacitado por un accidente
cerebro-vascular. Estas y otras
igualmente graves, son prisiones para el alma, motivos de gran dolor, culpa,
depresión, tensiones familiares y a
veces violencia.
La ignorancia y superstición, el fanatismo religioso y la
estrechez mental también son ocasión de inmovilidad y deterioro de la persona. Desequilibrados
y abusadores mentirosos suelen hacer
esclavos espirituales. Pero todo tipo de ignorancia, la poca educación y
analfabetismo, también son una cautividad que impide el buen entendimiento
entre personas, provoca poca comprensión, una mala interpretación de la
realidad y desencuentros.
Son numerosas las cárceles humanas. Hay todo tipo de prisiones:
físicas, psicológicas y espirituales. La cautividad del ser humano puede enquistarse
en el corazón bajo distintas formas: cobardía, crítica, exigencias, orgullo,
blandura, carnalidad, en fin cualquier debilidad que no permita la libertad del
ser. En una oportunidad el Maestro
declaró: “Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los
adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las
blasfemias” (San Mateo 15:19).
Si el problema humano se sitúa en el interior del hombre,
entonces es posible que cambiando el corazón pueda superarse cualquier
problema, sea una enfermedad física o mental, una situación socio cultural
deprivada, o un defecto o pecado del alma. Tal operación sólo puede hacerla
nuestro Creador, como lo declaró el propio Jesús al iniciar su ministerio: “El
Espíritu del Señor está sobre mí, Por cuanto me ha ungido para dar buenas
nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; A
pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; A poner en libertad a
los oprimidos” (San Lucas 4:18)
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