JESÚS BUSCA CORAZONES
“No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios,
creed también en mí.” (San
Juan 14:1)
Vivimos tiempos de crisis moral y espiritual. Las personas, aunque
requieran de una guía ética para sus vidas y, aún más, pese a que necesitan de
la luz y el alimento espiritual que sólo puede ser encontrado en una relación
íntima y personal con el Señor de la vida, prefieren regirse por sus propios
conceptos y prescindir de todo lo que les recuerde la religión, la espiritualidad
cristiana o la fe en Jesús.
En tiempos del Maestro de Galilea también había rebeldía contra Dios y la
búsqueda de una vida fácil y hedonista, pero después de veintiún siglos esta
negación de lo espiritual se ha hecho más profunda. Jesucristo enseñó en su
Parábola del Sembrador, cuatro tipos de terrenos o corazones sobre los que caía
Su Palabra. Unos eran los “caminos”, aquellos que después de oírla la desechan
y prefieren escuchar las doctrinas de Satanás. Son los oidores olvidadizos.
Otros son los “pedregales” quienes a la hora de la prueba, prefieren renunciar
a ella. Son los cobardes. Los terceros son los “espinos”, que son tentados por
los disfrutes mundanos que terminan por ahogar la Palabra. Por último están
aquellos en que sí el mensaje de Dios logra germinar y dar mucho fruto, son la
“buena tierra”. (San Marcos 4:15-20)
Siempre habrá corazones dispuestos a escuchar las buenas enseñanzas de
Dios, dispuestos a volverse a Jesucristo y ser formados y discipulados para
alcanzar un óptimo nivel de espiritualidad. No debemos perder esa confianza en
Dios y el género humano que, aunque caído, aún tiene hambre de la Palabra de
Dios y sed de espiritualidad. Pero también están esos otros, los difíciles
seres humanos con quienes nos tocará compartir el mensaje del Señor y trabajar
en la evangelización. Por identificarlos de alguna forma, los nominaremos “los
negativos”
¿Cuáles son los
corazones negativos con los que los discípulos debemos compartir?
- Los opositores.
Siempre habrá quienes nos acusen de ser personas que se oponen al
progreso; nos acusarán de discriminadores si predicamos contra el pecado; nos
tildarán de sectarios y levantarán calumnias contra los discípulos de
Jesucristo. Llegarán incluso a la persecución y la tortura para que reneguemos
de la fe, como lo han hecho en siglos anteriores.
No debemos reaccionar como las almas “pedregales” que son de corta duración en su fe, “pues
al venir la aflicción o la persecución
por causa de la palabra, luego tropieza.” (San Mateo 13:21) Los apóstoles sufrieron la persecución, mas su
fidelidad permaneció indemne para con el Señor, hasta decir: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?
¿Tribulación, o angustia, o persecución,
o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?” (Romanos 8:35) Hay un principio del discipulado que no debemos
olvidar y lo declara Pablo a Timoteo: “Y
también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Timoteo 3:12)
Los opositores son parte del panorama humano que debemos enfrentar, tanto
en el mundo como en la Iglesia. Los primeros cristianos debieron luchar con la
oposición de los paganos, pero también de los judíos y las facciones de sus
propios hermanos, como los judaizantes y los gnósticos. Así sucedió en Tesalónica,
según el relato del Apóstol: “pues habiendo antes padecido y sido ultrajados en Filipos, como
sabéis, tuvimos denuedo en nuestro Dios para anunciaros el evangelio de Dios en
medio de gran oposición.” (1 Tesalonicenses 2:2)
Recordemos,
además, que los opositores son personas con libertad de pensar, que requieren
tanto como cualquiera del mensaje de Jesucristo y de nuestra oración.
- Los apáticos.
Otros corazones negativos con los que los discípulos cristianos habremos
de enfrentarnos con frecuencia en el mundo actual, son los que llamamos
“apáticos”, porque nada les sorprende ni mueve a un cambio de actitud. La vida y las cosas son así, siempre fueron
así y serán del mismo modo, argumentan, y no están dispuestos a cambiarlas.
Es que en verdad viven muy cómodos con las cosas tal como se han dado por años.
Muchas veces estas personas se identifican como “cristianos”, “católicos” o
“evangélicos”, pero en sus vidas no se nota el amor cristiano, la práctica de
su catolicismo ni son tan coherentes con el Evangelio. Tienen esa etiqueta
religiosa como una forma de defensa, para detener cualquier sermón, exhortación
o consejo espiritual que el Señor ponga en su camino.
Los apáticos
tienen una impasibilidad de ánimo que no les conmueve la Palabra de Dios,
pasando a ser ésta para ellos una charla aburrida, a veces anticuada o, en el
mejor de los casos, un discurso interesante. Sus corazones están más abiertos
al hombre que a Dios, por tanto no podrán distinguir tras la prédica, la voz
del Señor llamándoles.
¿Cómo podremos
llegar al corazón de los apáticos, para que puedan despercudirse de esa dejadez psicológica y espiritual que los domina? He aquí algunas
propuestas: a) La oración frecuente
por sus almas, para que despierten a la vida espiritual; b) El amor genuino expresado en el servicio y
el buen consejo, acompañándoles y animándoles a buscar al Señor; c) La perseverancia en nuestra acción de
apoyo, no permitiéndonos abandonarles a su
falta de vigor.
Los profetas y
siervos de la Antigüedad también lucharon contra la apatía y la indolencia del
pueblo, como lo registra este texto: “9 Mujeres indolentes, levantaos, oíd
mi voz; hijas confiadas, escuchad mi razón. / 10 De aquí a algo más de un año
tendréis espanto, oh confiadas; porque la vendimia faltará, y la cosecha no
vendrá. / 11 Temblad, oh indolentes; turbaos, oh confiadas; despojaos,
desnudaos, ceñid los lomos con cilicio.” (Isaías 32:9-11)
Si has sentido cierta apatía hacia lo espiritual, te recuerdo las
palabras de un apóstol: "Despiértate,
tú que duermes, Y levántate de los muertos, Y te alumbrará Cristo." (Efesios
5:14)
- Los indiferentes.
En el camino cristiano nos encontraremos con muchas personas que son
indiferentes al aspecto religioso. No es que sean apáticos frente al mensaje,
sino que sus intereses se encaminan por otra vía. Tal vez gustan sobre manera
de sus trabajos, son fanáticos por un deporte, tienen un hobby que los emociona
profundamente o su visión de vida es política, social, filosófica o una de las
tantas maneras de enfocar la realidad. Aficionados a otras cosas, ven la
“religión” y los asuntos de fe como algo para gente crédula, muy religiosa o un
poco alejada de la realidad. Sienten que son más prácticos y realistas, ya que
la fe, para ellos, es una posición fantasiosa y propia de personas débiles e
ignorantes. Si alguna vez se acercan a una iglesia es por compromiso social o
costumbre familiar, pero no le conceden mayor relevancia. Son decididamente indiferentes a la fe en Jesús y
piensan que los problemas de la vida se resuelven con trabajo, esfuerzo
personal, dinero, acciones políticas y sociales. Lo demás es superstición.
No son pocas las personas que piensan de este modo. La indiferencia a lo
espiritual, a la vida después de la muerte, a la salvación del alma, en fin al
Evangelio de Jesús, se retrata en la historia del rico y Lázaro (San Lucas 16:19-31) El
primero vivió indiferente a los valores del amor y la solidaridad y recién
después de la muerte se percató de los resultados de su actitud. Entonces le
solicitó a Abraham, padre de la fe: “… Te ruego, pues, padre, que le envíes a la
casa de mi padre, / porque tengo cinco hermanos, para que les testifique, a fin
de que no vengan ellos también a este lugar de tormento.” (Versos 27,28)
Los indiferentes merecen todo nuestro afecto y misericordia, porque son
criaturas de Dios con las mismas necesidades espirituales de todos los hombres.
Ellos no se percatan de que son más que un cuerpo y una mente, que la vida no
es sólo satisfacer necesidades materiales y psicológicas, sino también
espirituales, porque todos los seres humanos tenemos un espíritu que clama por
relacionarse con la Divinidad, como lo expresa este salmo del rey David: “Mi alma tiene sed de Dios, del Dios
vivo; ¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?” (Salmo 42:2)
Jamás cerremos la puerta al indiferente a Dios y la fe, sino
establezcamos relaciones de amistad sincera con él, acompañémosle, démosle
testimonio de vida cristiana y acudamos en su ayuda espiritual cuando lo
requiera. Todos los seres humanos tienen en algún momento de la vida que
enfrentarse al llamado de Jesucristo. En ese caso, Dios podría utilizarlo a
usted, discípulo del Señor, para la conversión del indiferente.
- Los lejanos.
Habrá que agregar este grupo a los tres anteriores (opositores, apáticos
e indiferentes), para completar la respuesta a la interrogante que nos
planteábamos al inicio de esta charla: ¿Cuáles son los corazones negativos con
los que los discípulos debemos compartir? Los lejanos no necesariamente son
negativos; sino más bien distintos a nuestra espiritualidad.
¿Quiénes son los lejanos? Aquellos que están involucrados en sectas, en
religiones orientales, en creencias esotéricas o herméticas, esas personas que
tienen una concepción religiosa absolutamente distinta de la espiritualidad.
Nuestras opiniones frente a su manera de entender las cosas, pueden ser de
rechazo y prejuicio, cosa que debemos evitar, por causa del amor.
Los lejanos son personas amadas por Dios. No todo lo que creen está tan
alejado de la fe cristiana. Muchas de sus creencias son lo mismo que las
nuestras, pero con otras palabras. No discutiremos con ellos sobre la doctrina,
ni nos burlaremos, pero sí haremos lo más fuerte e indicado, orar por la
salvación de sus almas. Dios puede cambiar su mirada. Lo hemos experimentado.
Dios hace lo imposible. Tengamos siempre en cuenta que la conversión no es
tarea nuestra sino del Espíritu Santo. Es Dios quien convierte el alma del
pecador, nosotros somos tan sólo transmisores de Su Palabra. Confiemos en Dios.
Dios puede tener muchos nombres y a cada cultura se ha revelado de alguna
forma, porque es misericordioso, mas la revelación de Jesucristo, el Hijo de
Dios e Hijo del Hombre, es la más grande manifestación de Su Verdad. Nuestra
labor como discípulos del Maestro es darlo a conocer a todas las personas que
se crucen en nuestro camino, aún a aquellos que podríamos considerar “lejanos”
a nuestra fe. Es probable que estén más cerca de Cristo de lo que pensamos.
“El Dios que hizo el mundo y todas las cosas
que en él hay,… de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que
habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los
tiempos, y los límites de su habitación; / para que busquen a Dios, si en
alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de
cada uno de nosotros. / Porque en él
vivimos, y nos movemos, y somos…” (Hechos 17:24-28)
En conclusión,
Dios nos ha puesto en este mundo para convivir con todo tipo de personas, entre
las que a veces encontraremos creyentes como nosotros y también corazones negativos. Éstos podrán ser opositores, que rechazarán el mensaje de Dios
con todo tipo de argumentos; apáticos que no mostrarán ningún entusiasmo por la
fe de Jesús, aunque a veces se identificarán como creyentes; indiferentes cuyas
vidas corren por un riel muy distinto a la fe; o lejanos, que viven la
espiritualidad de un modo tan distinto al nuestro, que nos puede parecer
incomprensible. Dios, “el cual quiere que todos los hombres sean salvos y
vengan al conocimiento de la verdad.” (1
Timoteo 2:4) nos pide una actitud abierta y amorosa hacia todos los seres
humanos. No estamos llamados a juzgar sino a esparcir la Palabra de Dios y el
Evangelio de reconciliación, para que todos los corazones se pongan en paz con
su Creador y Salvador. Dios busca corazones. Nuestra comisión es acercarnos a
esos corazones y amarlos como Jesús les ama. ¡Qué el Señor nos ayude a cumplir
esta noble misión!
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