DIVERSIDAD DE CREENCIAS.
Cuando tenemos
creencias religiosas arraigadas es un desafío la aceptación del otro. De inmediato
juzgamos aquella creencia, desde nuestro punto de vista, como un error y se
produce un velado rechazo de aquella persona que tiene otro concepto. La reacción
puede ser sencillamente callar, aún cuando en el fuero interno le califiquemos
de ignorante, hereje o algún otro calificativo poco cariñoso. Otra reacción es
sacar a relucir argumentos teológicos, bíblicos o filosóficos, y en ese caso
estamos muy cerca de iniciar una discusión sin fin. De allí a la enemistad hay
unos pocos pasos. Siempre ha de animar en estos asuntos tan personales y a
veces subjetivos, la mayor prudencia y respeto.
Sin embargo
hay otro camino y es el de la apertura, escuchar las razones del otro y
procurar comprender los fundamentos de su razonamiento, sin rabia ni
agresividad, aunque nosotros no vayamos a cambiar nuestro modo de pensar. Quien
tiene claras sus convicciones no debe temer escuchar los argumentos de quien
tiene otras creencias. No burlarse, no ridiculizar, no satanizar, respetar ha
de ser siempre la actitud correcta de quien ama como Dios ama a todos, a pesar
de nuestras creencias.
Finalmente nuestras
creencias son la mejor explicación que tenemos de la vida, el ser humano, el
destino, Dios y todos los misterios de la existencia. Éstas las hemos aprendido
en la familia, la escuela a la que asistimos cuando niños, la iglesia o
comunidad a la que asistimos, la cultura y tradición en que nacimos y fuimos
criados, las experiencias religiosas que hemos tenido, en fin lo que Dios ha
permitido que conozcamos de Él.
Como cristiano
debo respetar las creencias de mi prójimo, dar mi opinión cuando fuese
necesario y jamás ofender. Lo que no impide que dé testimonio de lo que Jesús
ha hecho en mi vida.
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