EL CAMINANTE Y SU CAMINO.



Dice el gran poeta español Antonio Machado en uno de sus Proverbios y Cantares.
Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.

Estos versos hablan de la imposibilidad de saber con certeza cuál será nuestro camino por esta vida. Seguimos una ruta pero ciertamente no sabemos por donde nos llevará la vida. En el poema hay un personaje, un escenario y una acción, de donde surge la reflexión lírica: el caminante, el camino y el acto de andar. Así es la vida, somos caminantes de un sendero que escogemos y que nos dirige hacia un fin cierto, no tan incierto como piensa el poeta.
En los cuatro evangelios (Mateo, Marcos, Lucas y Juan) aparece 64 veces la palabra camino. En varias oportunidades Jesús se refiere a dos caminos o senderos que puede seguir el hombre: uno es el camino que lleva a perdición y otro a la vida eterna.
Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; / porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.”[1]
Los viajes de una ciudad a otra se hacían generalmente a pie por caminos no habilitados, como los hechos por los romanos, y más bien se hacían solos, de tanto pisar esas rutas. Jesús les da indicaciones a sus apóstoles de cómo deben ir por los caminos anunciando el mensaje del Reino de los cielos, que no fueran premunidos “ni de alforja para el camino, ni de dos túnicas, ni de calzado, ni de bordón; porque el obrero es digno de su alimento.”[2]
Son los que van de camino, los viajeros, a veces sacerdotes, levitas, algún samaritano, los discípulos o el mismo Jesús, como cuando les acompañó de incógnito por el camino de Emaús y ellos después “se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?”[3]
En una de sus enseñanzas hizo un relato en forma de parábola, refiriéndose a un camino. Es la Parábola del Sembrador. Cuenta que una semilla tirada por el labrador, cayó junto al camino, pero vinieron las aves y se la comieron.[4] Después Él explicó el significado de esa imagen: “Cuando alguno oye la palabra del reino y no la entiende, viene el malo, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón. Este es el que fue sembrado junto al camino.”[5] Hay corazones humanos que son como caminos, porque cuando una verdad es sembrada en ellos, no hace mucha raíz y luego viene otro con otras ideas y pisotea esa verdad para poner la suya[6]. Es el corazón de alguien que no tiene convicciones. En el caso de la vida espiritual, es una persona que tiene muy poca fe.
Pero en verdad, todos, en algún momento de la vida, podemos presentar un corazón parecido a un camino porque no profundizamos la Verdad y permitimos que cualquier idea extraña nos entusiasme, negando la anterior. Para poder asentarnos en la fe cristiana, necesitamos que ese corazón endurecido por ripio y el persistente pasaje de ideas ajenas, sea excavado, removido y abonado para llegar a ser una buena tierra. Un corazón dispuesto a la fe en Jesús es aquél en que germinará la buena semilla de la Palabra de Dios y hará vida en él.
La gente seguía a Jesús porque a juicio de ellos él enseñaba el “camino de Dios”[7] Antes de su muerte, el Maestro dijo a sus discípulos que ellos sabían perfectamente a dónde se dirigía él y cuál era el camino. Tomás, siempre muy racional, le cuestionó: “no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?” Fue entonces que Jesús pronunció esa frase memorable, que es uno de los pilares de nuestra fe cristiana: “Yo soy el CAMINO, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.”[8] 
 



[1] Mateo 7:13,14
[2] Mateo 10:10
[3] Lucas 24:32
[4] Mateo 13:4
[5] Mateo 13:19
[6] Lucas 8:5
[7] Lucas 20:21
[8] Juan 14:4-6

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