VIVAMOS EN SU VOLUNTAD


 


“No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre.” (San Juan 5:30)
¡Qué magnífica aseveración de Jesús, tan plena de humildad y de abnegación a Dios! ¿Podríamos los líderes cristianos de hoy afirmar lo mismo? Estamos siempre planificando, desarrollando programas, controlando el crecimiento de la obra, evaluando. Vivimos en una vorágine de actividades y compromisos tal, que cabe la duda, a veces, si aquel activismo es motivado por el Espíritu Santo o por nuestra propia necesidad de mantenernos ocupados, pensando que así servimos mejor al Señor; porque estamos desesperados por alcanzar ciertos estándares; porque inconsciente o conscientemente estamos compitiendo con el resto de la Iglesia; o quizás por qué oculta razón del alma. ¿Inspira el Padre nuestro que hacer ministerial  o es nuestra propia carne la que nos impulsa tras tantos desafíos personales?
¡Quién mejor que el Hijo de Dios para tomar sus propias decisiones y optar caminos creativos y nuevos por la extensión del Reino de Dios y la proclamación de Su mensaje! Él podría haber hecho más discípulos; podría haber fundado una o más sinagogas y escuelas de Teología con su enseñanza renovadora acerca del Dios de Amor; podría haberse propuesto un programa más intensivo de plantación de comunidades cristianas, antes de partir; haber hecho más milagros y sanidades, organizando cultos de sanación masivos. Sin embargo Él optó por hacer estrictamente lo que el Padre le había indicado. No se salió ni un centímetro de ese plan, que era mandato para Él. Decía “No puedo yo hacer nada por mí mismo”.
Jesucristo había sido comisionado por Dios, como usted y como yo, ministros del Señor, a realizar una tarea. En el caso del Hijo de Dios, su función sería: 1) proclamar la buena nueva o Evangelio del Reino de Dios, es decir la voluntad de Dios de salvar y gobernar al Hombre; 2) demostrar en gestos y palabras que Él era el Mesías prometido, el Cristo que Salvaría a la Humanidad de la esclavitud del pecado, la carne y Satanás; 3) formar un grupo apostólico, que sería el cimiento sobre el cual se edificaría Su Iglesia; y 4) entregar, finalmente, Su propia vida en rescate por la Humanidad. El Padre ratificaría posteriormente el cumplimiento de esa magna tarea, resucitándole de entre los muertos.
En nuestro caso la tarea emana del llamado específico que tiene cada ministro de Dios. Se entiende que, como a todo cristiano, nos corresponde ser sal y luz del mundo demostrando con una vida coherente y consecuente la fe que profesamos; que esto implica un desarrollo integral en los planos moral, intelectual, afectivo, social y aún corporal; llevar una vida que balancee tanto lo relativo al servicio ministerial como lo devocional, o vida de oración.
Pero para un ministro de Dios la tarea es mayor, sobre todo al observar la conducta que tuvo nuestro Maestro y Pastor, quien no buscó su propia voluntad, sino la Voluntad del que le envió. ¿Busca usted la Voluntad del Padre en sus acciones? Esto me hace recordar aquella enseñanza de Jesús en el Sermón del Monte: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (San Mateo 7:21). Ciertamente todo lo que realizamos por la obra de Dios es positivo, útil, no es malo; pero ¿estará en la línea de lo que Dios espera de nuestro ministerio? A veces enfermamos, otras fracasamos, nos paralizamos y estancamos, porque insistimos en nuestros objetivos personales. Suele acusarse a los ministros de Dios de ser personas muy obstinadas y de carácter fuerte. Es necesario que escuchemos la advertencia del Señor ¡no vaya a ser que no tengamos cabida en Su reino milenario, por causa de nuestra obstinación! No digo que perdamos la salvación, ese don precioso ya nos fue regalado por el Señor en Su perfecto sacrificio.
En el tribunal de Cristo, cuando nuestras obras cristianas sean pesadas en justa balanza por Su justicia, diremos “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos milagros?” (v.22) En tu nombre prediqué en el púlpito cada día, anuncié tu palabra en las calles, en la radio, en la televisión, hasta escribí libros anunciando tu Verdad, en tu nombre hice oración por los enfermos y atribulados; Tú me usaste para hacer milagros... y ahora me dices “Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad”. Parece cruel e injusto ¿cierto?
En primer lugar, nótese que el tipo de actividades que señala Jesús, son acciones propias de la esfera religiosa: profetizar, echar fuera demonios, hacer milagros. Una vida ministerial centrada exclusivamente en el plano “espiritual” puede estar señalando un grado de desconexión con la realidad. Es cierto que la grey necesita Palabra, liberación y milagros; pero también requiere educación, cultura, una vida saludable, trabajo, desarrollo personal y comunitario. ¿Cuál será la voluntad del Padre en cuanto a mi labor ministerial como maestro, pastor, evangelista, profeta o apóstol?
En segundo lugar observe Su respuesta: “Nunca os conocí...”. Conocer habla de una relación íntima. Usted conoce a sus hijos, a sus padres, a su esposa o esposo, a sus amigos cercanos, usted conoce a sus discípulos, porque tiene una relación, una conversación, un trato frecuente y permanente con ellos. Como usted les conoce, sabe qué esperan de usted y usted sabe con toda claridad lo que puede y no puede esperar de ellos. Si nunca hemos tenido un real diálogo con Dios, sino que siempre este ha sido un monólogo presentando nuestras peticiones y magníficos planes al Señor y jamás hemos preguntado como Pablo “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” (Hechos 9:6), es muy justa su respuesta  “Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad”.
Pero ¿por qué “hacedores de maldad”? La voluntad del Padre es la buena voluntad de Dios, es la perfecta voluntad, la santa voluntad, ya que proviene de Él. No podemos decir que esa es una buena voluntad y la nuestra es otra buena voluntad, y que existirían tantas voluntades buenas como buenos cristianos hay en el planeta. No, si no es la voluntad del Padre, no es buena. La voluntad de Dios es hacer el bien, la voluntad del hombre es lo contrario. Siempre es superior optar por la Divina Voluntad ¡y tanto nos cuesta! El siervo de Dios debe preguntar al Señor toda decisión.
Así podrá afirmar, junto con el Buen Pastor: “según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre”; ya que todas las cosas las evalúa y juzga no desde su punto de vista humano, sino desde el punto de vista de Dios.
Nuestra labor, queridos siervos de Dios, es consultar con nuestro Padre Celestial cual será su divina voluntad para el ejercicio ministerial. Noé pudo cumplir su misión porque siguió exactamente las indicaciones de Jehová para la construcción del arca (Génesis 6:22; 7:5). ¿Cómo pretenderemos nosotros edificar la Iglesia de Dios a nuestro modo? Abraham era amigo de Dios y cuando Éste le llamó “obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba” (Hebreos 11:8b). Esta clase de obediencia es la que hoy necesita todo ministro de una congregación, una fe dispuesta a deponer la propia voluntad por la Voluntad de Dios. ¿Quiere usted acompañar a Jesucristo, su Pastor, en este propósito?
 
 

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