NUESTROS EGOS
“No améis al mundo, ni las cosas que están en
el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. / Porque
todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y
la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. / Y el mundo
pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para
siempre.” (1
Juan 2:15-17)
Hay cuatro “egos” que nos persiguen. Son: el egoísmo, la egolatría, el
egocentrismo y el egotismo. No es fácil desprenderse de ellos, puesto que
nuestra carne (mente, corazón y cuerpo) está inclinada al mal. Gracias a Dios
que Él nos ha implementado con Su Palabra y Su Espíritu Santo para vencer
nuestra naturaleza caída. Ciertamente el diablo, enemigo de nuestras almas, nos
tienta e incentiva el pecado en nosotros. Pero la responsabilidad es nuestra,
no podemos culpar a otro, por poderosa que sea su influencia, si Dios nos ha
amado tanto dándonos el perdón. Lo menos que podemos hacer es responderle con
gratitud y fidelidad, luchando contra las pasiones que quieren dominarnos y
amándole como a un Padre.
Veamos de qué tratan estos enemigos interiores.
- El egoísmo.
La palabra egoísmo deriva
del latín ego, que significa “yo”, e ismo, “tendencia”. El
egoísmo sería ese inmoderado
y excesivo amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés,
sin cuidarse del de los demás. La persona egoísta pone siempre en primer lugar
sus propios intereses y actúa como dice el refrán: “primero yo, segundo yo,
tercero yo”. Está bien amarse a sí mismo, como la Escritura lo deja ver en el
mandamiento: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a
tu prójimo como a ti mismo.” (San Lucas 10:27) Lo que no es correcto
es amarse únicamente a sí mismo, en desmedro de los demás y de Dios.
El
egoísmo gobierna el espíritu de la persona que no ha recibido a Jesús en su
vida. Desde el momento en que la persona renuncia a su yo para vivir por Cristo
Jesús, comienza el amor a gobernar su vida “porque el amor de Dios ha sido
derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5:5)
Dice San Pablo
que el “amor no es jactancioso, no se
envanece” (I Corintios 13:4)
Contrariamente el egoísta tiene puestos los ojos sólo en sí mismo y es falto de
humildad. Quien tiene amor “no busca lo
suyo”; en cambio el hombre dominado por amor a su yo, sólo piensa y actúa
para la propia satisfacción.
El buen
cristiano ha de luchar contra el egoísmo haciendo morir todo pensamiento y
sentir que busque satisfacerse sólo a sí mismo, es decir complacer su
carnalidad “y los que viven según la
carne no pueden agradar a Dios.” (Romanos
8:8) Los pecados de vanidad y orgullo están ligados al egoísmo y son obras
de la carne, por tanto hay que hacerlos morir con el poder del Espíritu “porque si vivís conforme a la carne,
moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis.”
(Romanos 8:13)
Los discípulos
de Jesucristo vencen el egoísmo, pues “no
andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.” (Romanos 8:1)
- La egolatría.
El término “egolatría” se ha construido con la palabra latina ego,
yo, y latría, adoración. Por tanto egolatría es la adoración
de sí mismo.
Los
primeros mandamientos de Dios ordenan la lealtad y fidelidad al Señor. Dice la
Palabra “No tendrás dioses ajenos delante de
mí.” (Éxodo
20:3) La adoración de sí mismo es hacer de la propia
persona un “dios”, una falta a la lealtad para con el verdadero Dios. El
excesivo amor a sí mismo no se condice con la fe cristiana. Continúa el texto
veterotestamentario ordenando la fidelidad a Dios: “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de
lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo
de la tierra. / No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová
tu Dios, fuerte, celoso…” (Éxodo
20:4,5) El ególatra, como en la leyenda griega de Narciso, adora su propia
imagen. La egolatría es rendirse culto a sí mismo,
algo que en la actualidad se puede observar en algunos líderes políticos,
culturales y hasta religiosos. Tal cosa, la egolatría, es idolatría, un pecado
abominable al Dios Todopoderoso.
¿Cómo
podrá el discípulo evitar la egolatría? a) Adorando a Dios en todo tiempo, reconociendo
Su grandeza y misericordia; b) Considerando las cualidades del prójimo y
reconociéndolas; c) Aceptando la crítica constructiva y practicando humildad; y
d) Desarrollando una mirada de sí mismo autocrítica, alejada de la
autocomplacencia.
Sigamos
el consejo del Apóstol sobre el auto concepto: “Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está
entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener,
sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió
a cada uno.” (Romanos
12:3)
- El egocentrismo.
El egocentrismo, del latín ego, yo, y centro,
es la exagerada
exaltación de la propia personalidad, hasta considerarla como centro de la
atención y actividad generales. Las personas egocéntricas viven en torno a su
yo. Todo lo que sucede en su entorno lo relacionan consigo mismas. Si alguien
les cuenta de sus problemas, no son capaces de salirse de sí mismos para
escuchar al otro, sino que vuelven la conversación hacia su yo: “a mí me está
pasando eso también, pero peor…” Los egocéntricos piensan que el mundo gira en
rededor de ellos y son incapaces de aceptar que muchas cosas pasan sin
necesidad de su intervención. Lo que no les hable de su yo, aquello en que no
estén ellos involucrados, no les interesa.
Como
todas las cosas humanas, esta actitud se puede revertir y puede llegar el
momento en la vida de un egocéntrico o egocéntrica, en que se percate de su
condición. Las circunstancias, los problemas, los desencuentros, los golpes,
pueden llevarlo a descubrirse. Pero la mejor forma de abandonar el egocentrismo
es sencillamente suprimiendo ese yo preponderante. Es lo que nos invita a hacer
Jesucristo cuando nos dice: “…Si alguno quiere venir en pos de mí,
niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame.” (San Mateo 16:24)
Pocos
entienden que seguir a Jesucristo es negar el yo para ser como Él. Jesús se
negó a sí mismo como hombre para darse por entero a favor de la Humanidad.
Nosotros nos debemos negar al yo para entregarnos por entero a Jesucristo. Por
eso se habla de Él como del Esposo. Teniendo un corazón Cristocéntrico
abandonaremos el viejo corazón egocéntrico, y podremos sentir como Jesús, amor
por nuestros prójimos. Entonces podremos cumplir el consejo de la Biblia: “no mirando cada uno por lo suyo
propio, sino cada cual también por lo de los otros.” (Filipenses 2:4)
- El egotismo.
El egotismo es el prurito de hablar de sí
mismo. En Psicología
es el sentimiento exagerado de la propia personalidad. ¿Quién no ha
conocido alguien así? Siempre habla y
presume de sí mismo(a), de lo bien que piensa, siente o hace las cosas.
Lamentablemente no se detiene allí, lo cual puede ser soportable, sino que va
más allá y mira a todos para su provecho personal. Utiliza a los demás para sus
propios proyectos y ambiciones. No trepida en pasar sobre la persona de su
prójimo para alcanzar las metas que envanecen su alma.
El egotista se
sobrevalora y desprecia las cualidades de los demás. Es un sujeto vanidoso,
presuntuoso y altivo. El origen del egotismo puede estar en una alteración
psíquica (psicosis, manías) o bien es un rasgo adquirido del carácter, siendo
en ese caso permanente.
Pero tal
actitud o rasgo de personalidad puede ser superada al conocer la persona a Jesucristo.
El profeta señala un “ay” para los vanidosos egotistas: “¡Ay de los sabios en sus propios ojos, y de los que son prudentes
delante de sí mismos!” (Isaías 5:21)
La Biblia
enseña: “Alábete el extraño, y no tu
propia boca; El ajeno, y no los labios tuyos.” (Proverbios 27:2) Que sean los demás quienes reconozcan o admiren
alguna cualidad que Dios nos otorgó, pero no es propio de la humildad alabarse
continuamente a sí mismo. Como dice San Pablo “Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en
la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí,
y yo al mundo.” (Gálatas 6:14)
¿Cómo superaremos estos cuatro “egos” que nos persiguen?
El Evangelio de Jesucristo enseña al discípulo la manera eficaz de
superar y controlar el natural egoísmo, egolatría, egocentrismo y egotismo que
pueden permanecer o reaparecer en nuestro camino cristiano. La solución es en
verdad sencilla: a) Entregar la vida a Jesucristo; b) Morir al yo; y c) No
vivir para sí mismo sino para Dios y el prójimo. Es lo que Jesús nos dice en el
Evangelio:
“Entonces Jesús, mirándole, le amó, y le
dijo: Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y
tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme,
tomando tu cruz.” (San Marcos 10:21)
“Y decía a todos: Si alguno quiere venir en
pos de mí, niéguese a sí mismo, tome
su cruz cada día, y sígame. / Porque todo el que quiera salvar su vida, la
perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará.” (San Lucas 9:23,24)
“Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto
por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no
permanecéis en mí. / Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en
mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis
hacer.” (San
Juan 15:4,5)
¡Mata tus “egos” y vive para Jesús!
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