ENOJADOS CON DIOS
A veces un creyente vive circunstancias tan difíciles y sin
explicación para él, que pierde su conexión con Dios. Desprovisto de la cordura
necesaria, pierde la paciencia con la vida y consigo mismo, que se aleja del
Padre. Un cristiano enfrentado a la muerte de un hijo, por ejemplo, puede
sumirse en la desesperación y no encontrar consuelo ni siquiera en su fe. O quien
pierde todo lo material en un incendio puede derrumbarse y además perder la
esperanza. Cuando mi primer matrimonio fracasó y vi partir mis hijos con su
madre al extranjero, temblaron mis convicciones religiosas y aquella fe que
creía grande en mí no pudo sostener la amargura de mi corazón; entonces decidí
enojarme con Dios.
El problema no es la fe, no es la Iglesia ni Dios, el
problema es el creyente que se auto engaña pensando que está protegido de
cualquier experiencia dolorosa. Cuando es sumergido en ese “valle de sombra de
muerte” su fidelidad a Dios es probada. Sometido al dolor de una pérdida -sea
esta material, familiar, de salud u otra índole- es formado su carácter y
surgirá luego un ser más sabio, más comprensivo, menos orgulloso y más humilde.
Enojarse con Dios porque permite el sufrimiento en nuestras
vidas o porque no hace las cosas a nuestro gusto, es indudablemente una
torpeza, una necedad. Cuando el cristiano da la espalda al Salvador y busca
otros derroteros para su vida, sólo se engaña a sí mismo. Es un modo de
esconderse de la realidad, la cual siempre deberíamos enfrentar con valentía,
fe y confianza en el Padre. Quien se “enoja con Dios” en verdad sigue creyendo
en el fondo de su corazón, sólo que no logra comprender ni aceptar su
desventura.
Nuestro caso no es ajeno a la historia de la fe. Está el testimonio
de Jonás, el profeta que pretendió huir de la voluntad de Dios. Jehová le
ordenó llevar Su mensaje a la ciudad de Nínive, pero él temía que los ninivitas
se arrepintieran y al no ser destruidos, quedar en ridículo. Entonces se
embarcó para irse lo más lejos posible de Nínive, mas Dios provocó una tempestad,
Jonás fue lanzado al mar y tragado por un gran pez, y fue vomitado en la playa
justo frente a la ciudad ninivita. Otro es el caso de Job, probado con la
pérdida de todos sus bienes, su familia y el desprecio y la desconfianza de sus
amigos. Poco faltó para que dudara de Dios, pero se conservó firme en su fe,
hasta ser restaurado.
Soy testigo, queridos amigos, del amor, la fidelidad y el
firme llamado del Señor. En medio de mi desesperanza, el amoroso Señor Jesús
produjo la conversión de mi segunda esposa, instándome a acompañarla en su
proceso de crecimiento espiritual. Comencé a discipularla y levanté con ella
una obra que el buen Dios bendice cada día. Entonces comprendí que un hijo
puede enojarse con su Padre, pero el Padre lo seguirá amando y hará todo lo
posible para que regrese a casa.
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